+ Río de
Janeiro (1955): tuvo como deseo manifiesto fortalecer la fe en
América Latina a la vez que impulsar una renovada evangelización. Los obispos
insistieron no sólo en «la necesidad de salvaguardar el patrimonio de la fe
católica en América Latina, sino también de que este gran Continente responda
plenamente a su vocación apostólica» (Preámbulo,
3). El «objetivo central» fue «la escasez de sacerdotes» y, a su vez, se
trató de la instrucción religiosa, la urgencia de un compromiso más activo en
el campo social y de una especial atención a las poblaciones indígenas (Declaración, I-IV).
+ Medellín
(1968): presidida por Pablo VI con este tema: Presencia de la Iglesia en la actual
transformación de América Latina, a la luz del concilio Vaticano II. El
acento que recorre todo el documento es la necesidad del «desarrollo integral»
de la persona, en la línea de la encíclica de Pablo VI Populorum progressio. Se trata, en efecto, del «paso de
condiciones menos humanas a condiciones más humanas» (Documento, 14), puesto que «nosotros, nuevo pueblo de Dios, no
podemos dejar de sentir su paso que salva, cuando se da el "verdadero
desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida
menos humanas, a condiciones más humanas" (Populorum progressio, 20s.)» (Introducción,
6). Este enfoque no sólo es el acento principal tratado en Medellín sino
que además permite una lectura más unitaria de todas sus conclusiones (Documento, Introducción y Mensaje a los
pueblos). Medellín es considerada el «Pentecostés de América Latina» y
la que más ha cambiado la pastoral en América Latina, como «presencia profética
de Iglesia». En este sentido significó la acogida definitiva, por parte de los
obispos, de las comunidades eclesiales de base, consideradas como «la célula
inicial de la estructuración eclesiástica» (Documento, 10) y llamadas a revitalizar a la Iglesia en su
quehacer evangelizador. A su vez, la presencia y actividad de los laicos
encontró un nuevo y amplio espacio (Documento,
20).
+ Puebla
(1979): presidida por Juan Pablo II con este tema: La evangelización en el presente y en el
futuro de América Latina. Se trató de una profundización amplia y
dinámica —no exenta de tensiones— de Medellín. Su acento principal es el
binomio comunión y participación como subrayan los mismos Obispos: «creemos en
la eficacia del valor evangélico de la comunión y de la participación, para
generar la creatividad, promover experiencias y nuevos proyectos pastorales» (Mensaje, 9). Cinco son los temas más
significativos: la perspectiva histórica, la fuerte eclesiología de comunión,
la aproximación al tema de la cultura, el fundamento antropológico y el
desarrollo de la mariología. Se trata de un diagnóstico amplio, matizado y
concreto donde aparece la novedad de la profundización en la identidad
latinoamericana y el sustrato católico de su cultura, junto con la
revitalización de la religiosidad popular. Contrariamente a ciertas
expectativas, Puebla no condenó «las teologías» de la liberación, sino que les
puso condiciones a partir de un apartado titulado «discernimiento de la
Liberación en Cristo» (nn 480-490), donde
destacan las críticas a algunos de sus métodos, quizá excesivamente políticos,
y se afirma su valor si es realizado bajo el signo de «la fidelidad a la
palabra de Dios, a la tradición viva de la Iglesia, a su Magisterio» (n 489).
+ Santo
Domingo (1992): inaugurada por Juan Pablo II en el año del V
centenario de la llegada de la fe al continente con este tema: Nueva Evangelización, promoción humana y
cultura cristiana. Jesucristo ayer, hoy y siempre (Heb 13,8). El acento
principal fue la persona y el mensaje del Señor Jesús, como centro de la
confesión de fe, en clara continuidad con el Vaticano II, Medellín y Puebla. Se
trata además de una lectura cristológica en clave de reconciliación y
solidaridad (cf Mensaje, 46s.;
Documento, 77.204.288). A su vez, el tema del compromiso con los pobres
desde el Evangelio es ampliamente ratificado con importantes profundizaciones.
Además, se explicitan nuevas cuestiones como la evangelización de la ciudad, el
problema del consumismo, las sectas, la defensa de la vida, el papel de la
mujer o la función de los movimientos eclesiales. Todo con un talante pastoral
que expresa la orientación general para una nueva evangelización centrada en el
anuncio de Jesucristo que responda a las necesidades de la promoción humana y
vaya generando una cultura de la solidaridad y de la reconciliación.
+ APARECIDA:
1. Los obispos reunidos en la
V Conferencia General del Episcopado de América Latina y El Caribe quieren
impulsar, con el acontecimiento celebrado junto a Nuestra Señora Aparecida en
el espíritu de “un nuevo Pentecostés”, y con el documento final que resume las
conclusiones de su diálogo, una renovación de la acción de la Iglesia. Todos
sus miembros están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo,
Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él. En la senda
abierta por el Concilio Vaticano II y en continuidad creativa con las
anteriores Conferencias de Río de Janeiro, 1955; Medellín, 1968; Puebla, 1979;
y Santo Domingo, 1992, han reflexionado sobre el tema Discípulos y misioneros
de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida. ‘Yo soy el Camino,
la Verdad y la Vida’ (Jn 14,6), y han procurado trazar en comunión líneas
comunes para proseguir la nueva evangelización a nivel regional.
2. Ellos expresan, junto con el Papa Benedicto XVI, que
el patrimonio más valioso de la cultura de nuestros pueblos es “la fe en Dios
Amor”. Reconocen con humildad las luces y las sombras que hay en la vida
cristiana y en la tarea eclesial. Quieren iniciar una nueva etapa pastoral, en
las actuales circunstancias históricas, marcada por un fuerte ardor apostólico
y un mayor compromiso misionero para proponer el Evangelio de Cristo como
camino a la verdadera vida que Dios brinda a los hombres. En diálogo con todos
los cristianos y al servicio de todos los hombres, asumen “la gran tarea de
custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar también a los fieles
de este Continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser
discípulos y misioneros de Jesucristo” (Benedicto XVI, Discurso Inaugural, 3).
Se han propuesto renovar las comunidades eclesiales y estructuras pastorales
para encontrar los cauces de la trasmisión de la fe en Cristo como fuente de
una vida plena y digna para todos, para que la fe, la esperanza y el amor
renueven la existencia de las personas y transformen las culturas de los
pueblos.
3. En ese contexto y con ese espíritu ofrecen sus
conclusiones abiertas en el Documento final. El texto tiene tres grandes partes
que sigue el método de reflexión teológico-pastoral “ver, juzgar y actuar”. Así
se mira la realidad con ojos iluminados por la fe y un corazón lleno de amor,
proclama con alegría el Evangelio de Jesucristo para iluminar la meta y el
camino de la vida humana, y busca, mediante un discernimiento comunitario
abierto al soplo del Espíritu Santo, líneas comunes de una acción realmente
misionera, que ponga a todo el Pueblo de Dios en un estado permanente de
misión. Ese esquema tripartito está hilvanado por un hilo conductor en torno a
la vida, en especial la Vida en Cristo, y está recorrido transversalmente por
las palabras de Jesús, el Buen Pastor: “Yo he venido para que las ovejas tengan
vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
4. La primera parte se titula La vida de nuestros
pueblos. Allí se considera, brevemente, al sujeto que mira la realidad y que
bendice a Dios por todos los dones recibidos, en especial, por la gracia de la
fe que lo hace seguidor de Jesús y por el gozo de participar en la misión
eclesial. Ese capítulo primero, que tiene el tono de un himno de alabanza y
acción de gracias, se denomina Los discípulos misioneros. Inmediatamente sigue
el capítulo segundo, el más largo de esta parte, titulado Mirada de los
discípulos misioneros hacia la realidad. Con una mirada teologal y pastoral
considera, con cierto detenimiento, los grandes cambios que están sucediendo en
nuestro continente y en el mundo, y que interpelan a la evangelización. Se
analizan varios procesos históricos complejos y en curso en los niveles
sociocultural, económico, sociopolítico, étnico y ecológico, y se disciernen grandes
desafíos como la globalización, la injusticia estructural, la crisis en la
trasmisión de la fe y otros. Allí se plantean muchas realidades que afectan la
vida cotidiana de nuestros pueblos. En ese contexto, considera la difícil
situación de nuestra Iglesia en esta hora de desafíos, haciendo un balance de
signos positivos y negativos.
5. La segunda parte, a partir de la mirada al hoy de
América Latina y El Caribe, ingresa en el núcleo del tema. Su título es La Vida
de Jesucristo en los discípulos misioneros. Indica la belleza de la fe en
Jesucristo como fuente de Vida para los hombres y mujeres que se unen a Él y
recorren el camino del discipulado misionero. Aquí, tomando como eje la Vida
que Cristo nos ha traído, se tratan, en cuatro capítulos sucesivos, grandes
dimensiones interrelacionadas que conciernen a los cristianos en cuanto
discípulos misioneros de Cristo: la alegría de ser llamados a anunciar el
Evangelio, con todas sus repercusiones como “buena noticia” en la persona y en
la sociedad (capítulo tercero); la vocación a la santidad que hemos recibido
los que seguimos a Jesús, al ser configurados con Él y estar animados por el
Espíritu Santo (capítulo cuarto); la comunión de todo el Pueblo de Dios y de
todos en el Pueblo de Dios, contemplando desde la perspectiva discipular y
misionera los distintos miembros de la Iglesia con sus vocaciones específicas,
y el diálogo ecuménico, el vínculo con el judaísmo y el diálogo interreligioso
(capítulo cinco); por fin, se plantea un itinerario para los discípulos
misioneros que considera la riqueza espiritual de la piedad popular católica,
una espiritualidad trinitaria, cristocéntrica y mariana de estilo comunitario y
misionero, y variados procesos formativos, con sus criterios y sus lugares
según los diversos fieles cristianos, prestando especial atención a la
iniciación cristiana, la catequesis permanente y la formación pastoral
(capítulo sexto). Aquí está una de las novedades del Documento que busca
revitalizar la vida de los bautizados para que permanezcan y avancen en el
seguimiento de Jesús.
6. La tercera parte ingresa plenamente en la misión
actual de la Iglesia latinoamericana y caribeña. Conforme al tema se la formula
con el título La vida de Jesucristo para nuestros pueblos. Sin perder el
discernimiento de la realidad ni los fundamentos teológicos, aquí se consideran
las principales acciones pastorales con un dinamismo misionero. En un núcleo
decisivo del Documento se presenta La misión de los discípulos misioneros al
servicio de la vida plena, considerando la Vida nueva que Cristo nos comunica
en el discipulado y nos llama a comunicar en la misión, porque el discipulado y
la misión son como las dos caras de una misma medalla. Aquí se desarrolla una
gran opción de la Conferencia: convertir a la Iglesia en una comunidad más
misionera. Con este fin se fomenta la conversión pastoral y la renovación
misionera de las iglesias particulares, las comunidades eclesiales y los
organismos pastorales. Aquí se impulsa una misión continental que tendría por
agentes a las diócesis y a los episcopados (capítulo siete).
Luego se analizan algunos ámbitos y algunas prioridades
que se quieren impulsar en la misión de los discípulos entre nuestros pueblos
al alba del tercer milenio. En El Reino de Dios y la promoción de la dignidad
humana se confirma la opción preferencial por los pobres y excluidos que se
remonta a Medellín, a partir del hecho de que en Cristo Dios se hizo pobre para
enriquecernos con su pobreza, se reconocen nuevos rostros de los pobres (vg.,
los desempleados, migrantes, abandonados, enfermos, y otros) y se promueve la
justicia y la solidaridad internacional (capítulo ocho). Bajo el título
Familia, personas y vida, a partir del anuncio de la Buena Noticia de la
dignidad infinita de todo ser humano, creado a imagen de Dios y recreado como
hijo de Dios, se promueve una cultura del amor en el matrimonio y en la
familia, y una cultura del respeto a la vida en la sociedad; al mismo tiempo se
desea acompañar pastoralmente a las personas en sus diversas condiciones de
niños, jóvenes y adultos mayores, de mujeres y varones, y se fomenta el cuidado
del medio ambiente como casa común (capítulo nueve).
En el último capítulo, titulado Nuestros pueblos y la cultura, continuando y actualizando las opciones de Puebla y de Santo Domingo por la evangelización de la cultura y la evangelización inculturada, se tratan los desafíos pastorales de la educación y la comunicación, los nuevos areópagos y los centros de decisión, la pastoral de las grandes ciudades, la presencia de cristianos en la vida pública, especialmente el compromiso político de los laicos por una ciudadanía plena en la sociedad democrática, la solidaridad con los pueblos indígenas y afro descendientes, y una acción evangelizadora que señale caminos de reconciliación, fraternidad e integración entre nuestros pueblos, para formar una comunidad regional de naciones en América Latina y El Caribe (capítulo diez).
En el último capítulo, titulado Nuestros pueblos y la cultura, continuando y actualizando las opciones de Puebla y de Santo Domingo por la evangelización de la cultura y la evangelización inculturada, se tratan los desafíos pastorales de la educación y la comunicación, los nuevos areópagos y los centros de decisión, la pastoral de las grandes ciudades, la presencia de cristianos en la vida pública, especialmente el compromiso político de los laicos por una ciudadanía plena en la sociedad democrática, la solidaridad con los pueblos indígenas y afro descendientes, y una acción evangelizadora que señale caminos de reconciliación, fraternidad e integración entre nuestros pueblos, para formar una comunidad regional de naciones en América Latina y El Caribe (capítulo diez).
7. Con un tono evangélico y pastoral, un lenguaje directo
y propositivo, un espíritu interpelante y alentador, un entusiasmo misionero y
esperanzado, una búsqueda creativa y realista, el Documento quiere renovar en
todos los miembros de la Iglesia, convocados a ser discípulos misioneros de
Cristo, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (EN 80). Llevando las
naves y echando las redes mar adentro, desea comunicar el amor del Padre que
está en el cielo y la alegría de ser cristianos a todos los bautizados y
bautizadas, para que proclamen con audacia a Jesucristo al servicio de una vida
en plenitud para nuestros pueblos. Con las palabras de los discípulos de Emaús
y con la plegaria del Papa en su Discurso inaugural, el Documento concluye con
una oración dirigida a Jesucristo: “Quédate con nosotros, porque atardece y el
día ya ha declinado” (Lc 24,29).
8. Con todos los miembros del Pueblo de Dios que
peregrina por América Latina y El Caribe, los discípulos misioneros encuentran
la ternura del amor de Dios reflejada en el rostro de la Virgen María. Nuestra
Madre querida, desde el santuario de Guadalupe, hace sentir a sus hijos más
pequeños que están cobijados por su manto, y desde aquí, en Aparecida, nos
invita a echar las redes para acercar a todos a su Hijo, Jesús, porque Él es
“el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), sólo Él tiene “palabras de Vida eterna”
(Jn 6,68) y Él vino para que todos “tengan Vida y la tengan en abundancia” (Jn
10,10).
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