lunes, 25 de junio de 2012

CONFERENCIAS EPISCOPALES LATINOAMERICANAS



+ Río de Janeiro (1955): tuvo como deseo manifiesto fortalecer la fe en América Latina a la vez que impulsar una renovada evangelización. Los obispos insistieron no sólo en «la necesidad de salvaguardar el patrimonio de la fe católica en América Latina, sino también de que este gran Continente responda plenamente a su vocación apostólica» (Preámbulo, 3). El «objetivo central» fue «la escasez de sacerdotes» y, a su vez, se trató de la instrucción religiosa, la urgencia de un compromiso más activo en el campo social y de una especial atención a las poblaciones indígenas (Declaración, I-IV).

+ Medellín (1968): presidida por Pablo VI con este tema: Presencia de la Iglesia en la actual transformación de América Latina, a la luz del concilio Vaticano II. El acento que recorre todo el documento es la necesidad del «desarrollo integral» de la persona, en la línea de la encíclica de Pablo VI Populorum progressio. Se trata, en efecto, del «paso de condiciones menos humanas a condiciones más humanas» (Documento, 14), puesto que «nosotros, nuevo pueblo de Dios, no podemos dejar de sentir su paso que salva, cuando se da el "verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas" (Populorum progressio, 20s.)» (Introducción, 6). Este enfoque no sólo es el acento principal tratado en Medellín sino que además permite una lectura más unitaria de todas sus conclusiones (Documento, Introducción y Mensaje a los pueblos). Medellín es considerada el «Pentecostés de América Latina» y la que más ha cambiado la pastoral en América Latina, como «presencia profética de Iglesia». En este sentido significó la acogida definitiva, por parte de los obispos, de las comunidades eclesiales de base, consideradas como «la célula inicial de la estructuración eclesiástica» (Documento, 10) y llamadas a revitalizar a la Iglesia en su quehacer evangelizador. A su vez, la presencia y actividad de los laicos encontró un nuevo y amplio espacio (Documento, 20).

+ Puebla (1979): presidida por Juan Pablo II con este tema: La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina. Se trató de una profundización amplia y dinámica —no exenta de tensiones— de Medellín. Su acento principal es el binomio comunión y participación como subrayan los mismos Obispos: «creemos en la eficacia del valor evangélico de la comunión y de la participación, para generar la creatividad, promover experiencias y nuevos proyectos pastorales» (Mensaje, 9). Cinco son los temas más significativos: la perspectiva histórica, la fuerte eclesiología de comunión, la aproximación al tema de la cultura, el fundamento antropológico y el desarrollo de la mariología. Se trata de un diagnóstico amplio, matizado y concreto donde aparece la novedad de la profundización en la identidad latinoamericana y el sustrato católico de su cultura, junto con la revitalización de la religiosidad popular. Contrariamente a ciertas expectativas, Puebla no condenó «las teologías» de la liberación, sino que les puso condiciones a partir de un apartado titulado «discernimiento de la Liberación en Cristo» (nn 480-490), donde destacan las críticas a algunos de sus métodos, quizá excesivamente políticos, y se afirma su valor si es realizado bajo el signo de «la fidelidad a la palabra de Dios, a la tradición viva de la Iglesia, a su Magisterio» (n 489).

+ Santo Domingo (1992): inaugurada por Juan Pablo II en el año del V centenario de la llegada de la fe al continente con este tema: Nueva Evangelización, promoción humana y cultura cristiana. Jesucristo ayer, hoy y siempre (Heb 13,8). El acento principal fue la persona y el mensaje del Señor Jesús, como centro de la confesión de fe, en clara continuidad con el Vaticano II, Medellín y Puebla. Se trata además de una lectura cristológica en clave de reconciliación y solidaridad (cf Mensaje, 46s.; Documento, 77.204.288). A su vez, el tema del compromiso con los pobres desde el Evangelio es ampliamente ratificado con importantes profundizaciones. Además, se explicitan nuevas cuestiones como la evangelización de la ciudad, el problema del consumismo, las sectas, la defensa de la vida, el papel de la mujer o la función de los movimientos eclesiales. Todo con un talante pastoral que expresa la orientación general para una nueva evangelización centrada en el anuncio de Jesucristo que responda a las necesidades de la promoción humana y vaya generando una cultura de la solidaridad y de la reconciliación.


 + APARECIDA:
            1. Los obispos reunidos en la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y El Caribe quieren impulsar, con el acontecimiento celebrado junto a Nuestra Señora Aparecida en el espíritu de “un nuevo Pentecostés”, y con el documento final que resume las conclusiones de su diálogo, una renovación de la acción de la Iglesia. Todos sus miembros están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él. En la senda abierta por el Concilio Vaticano II y en continuidad creativa con las anteriores Conferencias de Río de Janeiro, 1955; Medellín, 1968; Puebla, 1979; y Santo Domingo, 1992, han reflexionado sobre el tema Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida. ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida’ (Jn 14,6), y han procurado trazar en comunión líneas comunes para proseguir la nueva evangelización a nivel regional.
            2. Ellos expresan, junto con el Papa Benedicto XVI, que el patrimonio más valioso de la cultura de nuestros pueblos es “la fe en Dios Amor”. Reconocen con humildad las luces y las sombras que hay en la vida cristiana y en la tarea eclesial. Quieren iniciar una nueva etapa pastoral, en las actuales circunstancias históricas, marcada por un fuerte ardor apostólico y un mayor compromiso misionero para proponer el Evangelio de Cristo como camino a la verdadera vida que Dios brinda a los hombres. En diálogo con todos los cristianos y al servicio de todos los hombres, asumen “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este Continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo” (Benedicto XVI, Discurso Inaugural, 3). Se han propuesto renovar las comunidades eclesiales y estructuras pastorales para encontrar los cauces de la trasmisión de la fe en Cristo como fuente de una vida plena y digna para todos, para que la fe, la esperanza y el amor renueven la existencia de las personas y transformen las culturas de los pueblos.
            3. En ese contexto y con ese espíritu ofrecen sus conclusiones abiertas en el Documento final. El texto tiene tres grandes partes que sigue el método de reflexión teológico-pastoral “ver, juzgar y actuar”. Así se mira la realidad con ojos iluminados por la fe y un corazón lleno de amor, proclama con alegría el Evangelio de Jesucristo para iluminar la meta y el camino de la vida humana, y busca, mediante un discernimiento comunitario abierto al soplo del Espíritu Santo, líneas comunes de una acción realmente misionera, que ponga a todo el Pueblo de Dios en un estado permanente de misión. Ese esquema tripartito está hilvanado por un hilo conductor en torno a la vida, en especial la Vida en Cristo, y está recorrido transversalmente por las palabras de Jesús, el Buen Pastor: “Yo he venido para que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
            4. La primera parte se titula La vida de nuestros pueblos. Allí se considera, brevemente, al sujeto que mira la realidad y que bendice a Dios por todos los dones recibidos, en especial, por la gracia de la fe que lo hace seguidor de Jesús y por el gozo de participar en la misión eclesial. Ese capítulo primero, que tiene el tono de un himno de alabanza y acción de gracias, se denomina Los discípulos misioneros. Inmediatamente sigue el capítulo segundo, el más largo de esta parte, titulado Mirada de los discípulos misioneros hacia la realidad. Con una mirada teologal y pastoral considera, con cierto detenimiento, los grandes cambios que están sucediendo en nuestro continente y en el mundo, y que interpelan a la evangelización. Se analizan varios procesos históricos complejos y en curso en los niveles sociocultural, económico, sociopolítico, étnico y ecológico, y se disciernen grandes desafíos como la globalización, la injusticia estructural, la crisis en la trasmisión de la fe y otros. Allí se plantean muchas realidades que afectan la vida cotidiana de nuestros pueblos. En ese contexto, considera la difícil situación de nuestra Iglesia en esta hora de desafíos, haciendo un balance de signos positivos y negativos.
            5. La segunda parte, a partir de la mirada al hoy de América Latina y El Caribe, ingresa en el núcleo del tema. Su título es La Vida de Jesucristo en los discípulos misioneros. Indica la belleza de la fe en Jesucristo como fuente de Vida para los hombres y mujeres que se unen a Él y recorren el camino del discipulado misionero. Aquí, tomando como eje la Vida que Cristo nos ha traído, se tratan, en cuatro capítulos sucesivos, grandes dimensiones interrelacionadas que conciernen a los cristianos en cuanto discípulos misioneros de Cristo: la alegría de ser llamados a anunciar el Evangelio, con todas sus repercusiones como “buena noticia” en la persona y en la sociedad (capítulo tercero); la vocación a la santidad que hemos recibido los que seguimos a Jesús, al ser configurados con Él y estar animados por el Espíritu Santo (capítulo cuarto); la comunión de todo el Pueblo de Dios y de todos en el Pueblo de Dios, contemplando desde la perspectiva discipular y misionera los distintos miembros de la Iglesia con sus vocaciones específicas, y el diálogo ecuménico, el vínculo con el judaísmo y el diálogo interreligioso (capítulo cinco); por fin, se plantea un itinerario para los discípulos misioneros que considera la riqueza espiritual de la piedad popular católica, una espiritualidad trinitaria, cristocéntrica y mariana de estilo comunitario y misionero, y variados procesos formativos, con sus criterios y sus lugares según los diversos fieles cristianos, prestando especial atención a la iniciación cristiana, la catequesis permanente y la formación pastoral (capítulo sexto). Aquí está una de las novedades del Documento que busca revitalizar la vida de los bautizados para que permanezcan y avancen en el seguimiento de Jesús.
            6. La tercera parte ingresa plenamente en la misión actual de la Iglesia latinoamericana y caribeña. Conforme al tema se la formula con el título La vida de Jesucristo para nuestros pueblos. Sin perder el discernimiento de la realidad ni los fundamentos teológicos, aquí se consideran las principales acciones pastorales con un dinamismo misionero. En un núcleo decisivo del Documento se presenta La misión de los discípulos misioneros al servicio de la vida plena, considerando la Vida nueva que Cristo nos comunica en el discipulado y nos llama a comunicar en la misión, porque el discipulado y la misión son como las dos caras de una misma medalla. Aquí se desarrolla una gran opción de la Conferencia: convertir a la Iglesia en una comunidad más misionera. Con este fin se fomenta la conversión pastoral y la renovación misionera de las iglesias particulares, las comunidades eclesiales y los organismos pastorales. Aquí se impulsa una misión continental que tendría por agentes a las diócesis y a los episcopados (capítulo siete).
            Luego se analizan algunos ámbitos y algunas prioridades que se quieren impulsar en la misión de los discípulos entre nuestros pueblos al alba del tercer milenio. En El Reino de Dios y la promoción de la dignidad humana se confirma la opción preferencial por los pobres y excluidos que se remonta a Medellín, a partir del hecho de que en Cristo Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, se reconocen nuevos rostros de los pobres (vg., los desempleados, migrantes, abandonados, enfermos, y otros) y se promueve la justicia y la solidaridad internacional (capítulo ocho). Bajo el título Familia, personas y vida, a partir del anuncio de la Buena Noticia de la dignidad infinita de todo ser humano, creado a imagen de Dios y recreado como hijo de Dios, se promueve una cultura del amor en el matrimonio y en la familia, y una cultura del respeto a la vida en la sociedad; al mismo tiempo se desea acompañar pastoralmente a las personas en sus diversas condiciones de niños, jóvenes y adultos mayores, de mujeres y varones, y se fomenta el cuidado del medio ambiente como casa común (capítulo nueve).
            En el último capítulo, titulado Nuestros pueblos y la cultura, continuando y actualizando las opciones de Puebla y de Santo Domingo por la evangelización de la cultura y la evangelización inculturada, se tratan los desafíos pastorales de la educación y la comunicación, los nuevos areópagos y los centros de decisión, la pastoral de las grandes ciudades, la presencia de cristianos en la vida pública, especialmente el compromiso político de los laicos por una ciudadanía plena en la sociedad democrática, la solidaridad con los pueblos indígenas y afro descendientes, y una acción evangelizadora que señale caminos de reconciliación, fraternidad e integración entre nuestros pueblos, para formar una comunidad regional de naciones en América Latina y El Caribe (capítulo diez).
            7. Con un tono evangélico y pastoral, un lenguaje directo y propositivo, un espíritu interpelante y alentador, un entusiasmo misionero y esperanzado, una búsqueda creativa y realista, el Documento quiere renovar en todos los miembros de la Iglesia, convocados a ser discípulos misioneros de Cristo, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (EN 80). Llevando las naves y echando las redes mar adentro, desea comunicar el amor del Padre que está en el cielo y la alegría de ser cristianos a todos los bautizados y bautizadas, para que proclamen con audacia a Jesucristo al servicio de una vida en plenitud para nuestros pueblos. Con las palabras de los discípulos de Emaús y con la plegaria del Papa en su Discurso inaugural, el Documento concluye con una oración dirigida a Jesucristo: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc 24,29).
            8. Con todos los miembros del Pueblo de Dios que peregrina por América Latina y El Caribe, los discípulos misioneros encuentran la ternura del amor de Dios reflejada en el rostro de la Virgen María. Nuestra Madre querida, desde el santuario de Guadalupe, hace sentir a sus hijos más pequeños que están cobijados por su manto, y desde aquí, en Aparecida, nos invita a echar las redes para acercar a todos a su Hijo, Jesús, porque Él es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), sólo Él tiene “palabras de Vida eterna” (Jn 6,68) y Él vino para que todos “tengan Vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).




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